A lo largo de la historia encontramos cuatro paradigmas que imprimen el modo en que construimos nuestra cultura.

  1. Paradigma cosmocéntrico. En el centro de la vida humana sitúa al cosmos en una relación de armonía natural. En este periodo hay una íntima relación entre el ser humano y la naturaleza, los humanos son parte del cosmo, dotados de razón y con una clara diferencia entre alma y cuerpo. Postula que los astros nos condicionan y tiene una percepción mitológica del mundo indisolublemente unida a la naturaleza y sus fenómenos. Este paradigma transcurre entre el 40.000 A.C. y el 8.000 A.C.
  2. Paradigma teocéntrico. Dios es el centro del universo y por lo tanto el centro de nuestras vidas. En esta época surge en China el Tao “Es lo que es”, la referencia a la nada como fuente de todo. Desde el 000 A.C. hasta el S.XVI se mantiene el paradigma teocéntrico.
  3. Paradigma antropocéntrico. En el S.XVI hay una separación muy importante, los asuntos de la fe pertenecen a la religión y los asuntos de la materia a la ciencia. En este momento el conocimiento se hace de dos modos, uno sigue a la religión y el otro a la razón, a la ciencia. Esta escisión pone en el centro no a la razón del hombre, como término genérico de ser humano, sino a lo masculino. El mundo es reducido a la materialidad, lo sagrado sólo tiene implicación para la fe. Hay una aceleración de la técnica, de la construcción social, de la organización del estado. Eliminó la sacralidad en detrimento de la doctrina racionalista. En materia de educación este paradigma mira al mundo como un mundo de objetos, donde el otro es también tratado como un objeto. Esta perspectiva de la reducción de la grandeza del ser humano aumenta un sentimiento de prepotencia del hombre sobre la naturaleza porque se cree capaz de manejarla y controlarla.
  4. El principio biocéntrico. En la década de los 50 y 60 del S. XX emergen otros sentimientos, percepciones, modos de estar en el mundo. La existencia no puede definirse desde una cultura, ni desde una ideología, el único referente posible es la propia Vida. Todo lo que estimula y favorece la vida facilita la existencia. Esta cita de Alber Schweitzer lo expresa con gran belleza.

 La filosofía verdadera debe empezar con el hecho más inmediato y más comprensivo del sentido: soy ser vivo y deseo vivir, en medio de seres vivos que desean vivir (…) la humanidad significa consideración por la existencia y por la felicidad de cada uno de los seres humanos.

El principio biocéntrico sitúa el respeto por la vida como centro y punto de partida de todas las disciplinas y comportamientos humanos, restablece la noción de sacralidad de la vida. El núcleo creador de la cultura del tercer milenio está renaciendo con la restitución de la sacralidad de la vida.

El sentimiento de Amor se define como la experiencia suprema del contacto con la vida. La experiencia de la unidad mística se funde con la identidad suprema y reconoce en esta vivencia fecundadora las raíces de una cultura de la vida. Danza, amor y vida son términos que aluden al fenómeno de la unidad cósmica. Este planteamiento es biocosmológico y no antrópico, cosmológico ni teológico.

La educación biocéntrica pretende ser una contribución para la formación de educadores críticos, creativos, solidarios, afectivos, éticos e involucrados con el proceso de transformación personal y social.

Una buena práctica educativa ha de ser aplicable a todas las parcelas de la vida humana: familia, ciencia, conocimiento, arte, convivencia, mística, amor…

Un conocimiento que toma como punto de partida un corazón amante.