Las pasadas navidades la casa de acogida de Pepe Bravo me brindó la posibilidad de pasar unos días con ellos como voluntaria. Ya conocía el proyecto como colaboradora, impartiendo talleres de Biodanza, y como amiga, participando de vez en cuando en los eventos que propone la casa; pero esta vez la propuesta era otra: fundirme con las personas que viven en la casa, ser una más en su devenir diario y ayudar en los múltiples quehaceres de este maravilloso Hogar.
Cada mañana bien prontito saludaba al nuevo día desde el apartamento de Mariló, donde me esperaba su amoroso abrazo, unas vistas preciosas, un rico desayuno y un estimulante cafelito. La primera mañana mis ojos encontraron este mensaje en la pared de su cuarto: “Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría.” Rabindranath Tagore.
Esta enseñanza fue la primera que recibí de las muchas que me regalaron durante aquellos días.
Maxim, Ahmed, Iván, Abel, Pablo, Yashid y Chimo son los maestros que actualmente viven en la casa. Maestros del darse cuenta, maestros de la voluntad de cambio, maestros del esfuerzo por superarse día a día, maestros de la confianza en que siempre se puede volver a empezar. Sus caerse y levantarse, cumplir y no cumplir, ilusión y frustación, alegría y tristeza… me enseñaron otra gran lección. Fueron mi espejo, me mostraron todos mis yoes y me insuflaron fuerza para seguir adelante.
Mariló, Nacha, Diego y Karin son los cuatro ángeles que viven de manera permanente en la casa y que entrelazan sus energías para cocrear juntos este hogar amoroso, armónico y funcional. La magia de esta casa y de los ángeles que la cuidan es que parece que todo se hace solo… Hay muchísimo trabajo cada día, tanto físico como mental y emocional; y sin embargo se lleva a cabo de una manera fluída y pacífica. Se respira un ambiente apacible y tranquilo entre el incesante ir y venir de comprar, cocinar, preparar talleres, coordinar terapias, preparar eventos, limpiar la casa, solucionar imprevistos y un largo etcétera. La gran lección que me enseñaron: el secreto de la vida es mantener el equilibrio en el constante desequilibrio.
Inga es una mujer excepcional, maravillosa poeta de la vida, que desde hace unos meses también vive en la casa. Inga encarna para mí a “Sofía” (la parte femenina de la sabiduría de Dios). El cuerpo de Inga pendula entre su danza incesante cuando está en “on” y la absoluta quietud, cuando está en “off”. Sin embargo su corazón y su alma rebosan siembre alegría, humildad y la plena aceptación de ambos estados. Estar a su lado me ha despeinado el alma. Su periplo diario dota de absoluto significado el título de su primer libro “Aprendiendo a Vivir”, un libro cuyos ingresos dona en su totalidad para comprar una prótesis de cadera que necesita uno de los chicos que vive en la casa.
Mari, Yanko y Mari (junior) entregan su trabajo y enseñanza a la casa, cada uno a su manera. Mari es una hadita risueña que con su música a toda pastilla llena de vida las mañanas sacando brillo a todo lo que se encuentra: ventanas, suelos, situaciones, personas… Yanko entona su canto vistiendo de colores las mesas del restaurante, crea melodía embelleciendo el jardín y compone el fuego del hogar logrando un ambiente cálido y acogedor. Mary (junior) llena de inocencia la tienda de segunda mano entre objetos decorativos, ropa y complementos. Te viste y adorna, por fuera y por dentro, a un precio que ronda los 3/5 euros por prenda.
Acompañando a los protagonistas habituales de la casa revolotean por allí muchos duendes y hadas ayudando aquí y allá. Yo tuve la suerte de coincidir con Malen, una valenciana que reside en Rosas, y que como yo hizo un paréntesis en su vida cotidiana para llenarse del espíritu de la casa de Pepe Bravo. Ambas íbamos con la intención de ayudar, ambas sentimos que la casa y sus habitantes son los que te envuelven para ayudarte a ti, te abrazan para que descubras la esencia de la vida, te acunan mientras te susurran que todo está bien.
“Dormía y soñaba que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era servicio, serví y vi que el servicio era alegría” escribió Rabindranath Tagore, sintiendo el alma de esta casa. Él no lo sabía cuando la escribió, las personas que viven o visitan la casa de acogida de Pepe Bravo vibran y laten en esta cita también sin saberlo.
El Sol que llegó a la casa estaba escondido entre nubes de decepción, tristeza, frustración, abandono y desamor. El Sol que salió de la casa unos días más tarde brillaba feliz, lleno de esperanza, amor incondicional y eterno agradecimiento.
¡Gracias, gracias, gracias!